Cuando hay una fiesta (una fiesta importante), es común que corramos por un nuevo par de zapatos.
Algo que debemos saber es que uno nunca debe ir a esa fiesta de estreno: ellos no nos conocen, nosotros no los conocemos y entonces muerden, rajuñan, molestan, nos hacen tropezar y antes de media noche se quedan escondidos bajo una mesa. Condenándonos a la silla o dejando a nuestros pies indefensos y proclives a recibir pisotones.Por eso, cuando llega un par de zapatos nuevos, hace falta domarlos.
Hace un tiempo me enamore de estos: terciopelo negro, puntitos de metal plateado, boquita de pescado... y rebeldes. Cómodos pero complicados, por malvados, se quedaron en la caja varios meses.Ahora, que hay una nueva fiesta, tengo hasta el viernes para domarlos.
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